sábado, 16 de junio de 2007

Un pequeño cuadro, el causante de la tragedia.

Tengo una serie de problemas con mi inconsciente. Ya sé que todos los tenemos, pero en mi caso la situación está comenzando a rozar los límites esquizofrénicos (o esquizofrenéticos…) El otro día, sin más ni más, es decir, sin previo aviso, apareció a mi lado una figura poco familiar. Por un momento no le presté atención, pero luego de sentirme tan observada no pude más que dirigirme a ella. ¿Qué es lo que quieres? ¿Eres un fantasma? ¿No te equivocaste de persona?
No contestaba.
Siguió ahí, mirándome sin decir una palabra.
Ahora que lo pienso ni siquiera sé si tenía boca…
Ayer volvió a aparecerse. Esta vez estuvo parada en una de las esquinas de mi cuarto. ¡Vaya!, pensé, esto va en serio.
Traté de ignorarla tanto como pude, pero luego me di cuenta de que mientras leyera o mirara la televisión no había problema alguno; la dificultad comenzó cuando quise dormir. ¿Alguna vez han intentado hacerlo, dormir, con alguien que los mira fija e incansablemente? Yo no puede. Pasé la noche en vela. No intenté comunicarme con ella hasta bien entrada la madrugada, cuando noté que era ella quien cabeceaba.
¡Ajá, tienes sueño!;
¡Por supuesto que tengo sueño!, ¿qué pensabas? ¿Que esto de jugar al vigilante permanente es cosa de niños? ¿No te has dado cuenta de que no tengo más de once años? Deberías haberte dormido ya hace mucho tiempo. Ahora por tu culpa van a castigarme. ¿Castigarte?
¿De qué carajos hablas? Eres un fantasma… ¿Quién puede castigarte?;
¿Y se supone que tú eres inteligente? No soy un fantasma, no seas estúpida, los fantasmas no existen. Y, ¿entonces?; Soy una proyección de tu ego, la menos… ¿cómo decirlo? La más… bueno con la que se supone que menos problemas vas a tener por enfrentarlo.
¿Enfrentar qué?;
No sé, mis amplios poderes de proyección no llegan a tanto… No soy yo quien para andarte diciendo nada, en realidad si estoy hablando contigo es sólo para que te des cuenta de que algo pasa.
Luego se durmió y el cansancio terminó por vencerme a mí también.

Ayer se repitió la escena. Una vez más ella me miraba desde su rincón, pero esta vez su rostro era sombrío y no habló conmigo.

Cada vez es peor. Ya tengo tres días sin poder dormir. Lo peor es que se rehúsa a hablarme. Su silencio es sepulcral. Hay una completud fría en esos ojos… no lo soporto más.

Hoy el rincón está vacío. Hay algo de inmensa soledad en mi recámara. La computadora está prendida y en la pantalla veo esta misma página. Pantalla. Pantalla. Página, pantalla, pantalla, esta, página.

Ella tenía razón. Debí haberle hecho las preguntas correctas. El hombre que vino a sustituirla en verdad me aterra. Él no sólo me mira. Me ronda, me asedia. Y no tiene límites, como ella que no salía de su rincón; él me acompaña siempre. Incluso fuera de la casa. Y hace cosas… cosas a la gente que está alrededor. Cada vez que intento hablarle pone sus manos sobre mi garganta y aprieta, lo suficiente como para que tenga que carraspear, luego me suelta y sonríe…

Sangre. Hoy, por fin, hubo sangre.

La nota dice: “Estudiante universitario asesinado. Su cuerpo fue encontrado en un terreno baldío cercano a su domicilio. Una llamada anónima alertó a los cuerpos policíacos del cadáver. Se presume que el motivo pudo haber sido el robo, aunque no hay rastros de pelea. Su madre…” Blah, blah, blah.

Fue sencillo. Ahora entiendo cosas que antes no podía. Él está contento. Como recompensa dejó que durmiera toda la noche. Pero creo que cada vez le gusta menos esto de que escriba.

Hoy. Siete30. Medias caladas. Escote. Peluca negra.

Hoy. Nueve45. Pantalón entallado. Playera blanca. Sin peluca. Usé guantes.

Hoy. 7-cuarto. Casi se me escapa. Los adolescentes son más problema. Son más fuertes.

Llevo 4.

El de hoy me asestó un buen golpe. Me duelen las costillas. Pero valió la pena. Es la última vez que escribo sobre esto.

Hace un mes que desaparecieron las “visiones”. No lo he vuelto a ver a él, mucho menos a la niña.
Pero no he parado de matar.
Ya ni siquiera llevo la cuenta.
Y cada vez es más fácil.
El hecho de que ahora lo hago sola ha mejorado mi autoestima.
No creo que haya nadie más poderosa que yo en el planeta.
Sujetar,
amagar,
romper,
excavar,
fluir,
especialmente el fluir.
Yo
no quito la vida.
Sólo la libero de los cuerpos que la contienen.
La dejo correr libre hacia la tierra, hacia el desagüe.
En el Alarma me dicen “El –¡pobres idiotas!– asesino de las cloacas”.

Hoy estuvo cerca. Casi me atrapan, pero me confundieron con prostituta y el estúpido policía terminó hasta recomendándome que me buscara otra zona de trabajo, me dejó ir luego de que le diera 200 pesos.
Mañana es el último.

A las 7 salí de mi casa. Tomé el metro hasta la estación Chilpancingo.
Decidí hacerlo de verdad esta vez.
Fui al parque México. Me senté en la última isla del parque, la que tiene el reloj en la fuente. Saqué el libro de Hanna Arendt y me puse a leer tranquilamente. Como no era domingo, no había familias. 20 minutos de haberme sentado y ya alguien se fijaba en mí. Era un chico guapo. Típico condechi.
Le sonreí.
A las 9 superó los pudores y se me acercó.
¡Hola! ¿Hanna Arendt? ¿Alemana?;
Mmmh, asentí.
Y ¿sobre qué escribe?
Sobre muchas cosas, en este libro habla de la muerte.
Ah. Te invito un café.
Bueno, pero del super7.
De acuerdo, así caminamos y me cuentas de tu libro.
Cafés en mano nos dimos a andar por las calles. Entre esto y aquello me enteré de que era pintor. Que pronto tenía una exposición importante que le abriría las puertas de Nueva York. Vivía en un departamento en la calle de Ámsterdam. Me invitó a ver su obra. Era un tipo con talento, sin lugar a dudas. Sus cuadros reflejaban la impotencia de los seres humanos ante la tecnología. Me ofreció un vodka-tónic. Luego de tres, las cosas se empezaron a poner candentes en el sillón. Me besaba con desesperación, con una mano acariciaban mis piernas, con la otra me sostenía la cabeza casi amorosamente. Yo sólo lo apretaba hacia a mí. Abrí mis piernas y de inmediato colocó una de sus manos sobre mi sexo. Comenzó a frotarme delicada, pero desesperadamente. Parecía que el pobre no había tenido mucha “acción” últimamente. Lo aparté de mí y comencé a desvestirme.
Primero la
blusa,
luego la
falda,
la tanga,
los tenis.
El se quitó la ropa también, me tomó de la mano y me llevó hacia la recámara. Solícitamente le pedí que me dejara entrar al baño…
Tú sabes, una mujer tiene que protegerse.
Tomé mi mochila y entré al cuarto de baño. Mi plan tenía una desventaja. Las cosas se iban a “enfriar” mientras yo estuviera ahí. Le pedí entonces que sirviera dos vodkas más. Cuando escuché los ruidos en la cocina salí y me metí en la cama.
Del lado izquierdo.
Ahí lo guardé.
Cuando llegó, lo miré a los ojos y subí la sábana sobre mis piernas. Lo dejé que mirara y luego le pedí que viniera. Subió a la cama de un salto y se colocó sobre mí. De pronto lo tomé por el cabello de la nuca, forzándolo a mirarme…
¿Te gusta rudo?
No sabes cuánto, le dije y sonrió.
Lo besé mientras mi mano izquierda buscaba sobre el colchón. Por un segundo me recorrió el cuerpo un impulso eléctrico.
Tomé el cuchillo y lo puse sobre su cuello.
No tuvo tiempo de reaccionar.
Para cuando entendió lo que sucedía su vida entera manaba sobre mí.
Fue como si se quedara dormido
poco a poco.

Antes de salir de su departamento tomé uno de los cuadros. Era el de un hombre feliz que contemplaba el amanecer en el protector de pantalla de su laptop. El cuadro de llama:
“¿Para qué salir a buscarlo si lo tengo en casa? Un pequeño cuadro esquizoide.”

La noticia llegó a la televisión: “Una prostituta asesinó a un joven pintor con futuro en la colonia Condesa. Luego de su muerte, sus cuadros han alcanzado cifras exorbitantes. Un fenómeno nunca antes visto en nuestro país”.

Como dije, este fue el último.
Nunca dejaré de ser él.
Y en todo caso a lo más que puedo aspirar es a ser una prostituta que roba a sus confiados clientes.
No entienden nada.

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3 comentarios:

Anita Iruretagoyena dijo...

Primero: Creo que nos debes regalo de remojo a Wal y a mí por estrenar Cuadro de texto. Aunque, nosotros te debemos a ti otro por ser la primera y la valiente.
Sigo trabajando la crítica. Eduardo Monteverde (un escritor menor de novela negra y físico de profesión) dice que no hay nada de malo en los psicópatas, lo malo es la práctica.
No tardan mis comentarios y así, arranca este taller

Abrazo
Karla

Anita Iruretagoyena dijo...

Esta es mi tercera lectura. Comenzaré por la anécdota: el otro día comentaba con una compañera del trabajo sobre Eduardo Monteverde, este autor que mencioné en el comentario anterior. Tiene una columna en el Financiero (guácale, pero su sección de cultura no está nada mal) llamada La morgue de Uranio que, a pesar de ser esporádica es muy interesante; intenta una apología constante a las psicopatías epidémicas y endémicas. Bueno, la cosa es que porque él escribe novela negra charlábamos al respecto de lo difícil que es escribir ese género. Y luego leo tu cuento y recuerdo aquello que pensé: qué difícil es escribir literatura negra sin que se ralle en el mal gusto, en lo panfletario o en lo carente de propuesta. Termino el cuento y pienso: jay, jay, jay vaya que la señorita Natalia sabe esquivar los baches y comenzar la carrera poniendo el ejemplo.
El principio no me conduce a pensar en el final, cosa que, según los decaloguistas de cuentos, dicen que es el mero mero sabor ranchero. Cuando hablas de un objeto individuo que observa al personaje, que comienza con una niña y termina con un hombre, no me imagino que se anuncie la aparición de una asesina.
Me parece que el desenvolvimiento del personaje es lo que más se disfruta, porque resulta muy logrado comenzar con la imagen de una persona simpática y de discurso alivianado a la reducción última del laberinto que ocurre en la mente del psicópata.
Con respecto a la forma me gusta la narración minimalista. La mención de los crímenes a partir de la descripción del personaje, los guiños de éste para comprometer al lector, y las menciones referenciales del espacio al que se ve sometida la mente de la chica hacia el medio y el final.
Sin embargo, dentro de este mismo rubro, creo que no me gusta del todo el acento coloquial de la narración. Pero esto es sólo una cuestión estilística, puesto que luego yo tiendo a buscar sinónimos en Word para ponerle más salsa a mis tacos.
Me hubiera gustado más que profundizaras porqué es que se le había identificado con “el asesino de las cloacas”. Me da la impresión de que, a pesar de la mención breve, puede ser un foco en el cuento para darle más profundidad al personaje: suponiendo que la firma de sus crímenes es que las víctimas yacen degolladas (uy qué feo) a lado de las coladeras y que el asesino sabe que esto lo hace para liberar las vidas de los cuerpos, sería interesante saber si es un motivo que el personaje tenga dentro de sus creencias la coladera y el desagüe, si fue un accidente que ocurriera así, si alguno de los personajes que sólo ella ve se lo ha indicado, no sé… quizás no me quedó ese punto lo suficientemente claro.
Hasta el momento, o bien hasta no seguir releyendo y encontrar más cosas por comentar, es todo.
No creas, ya voy yo con algo para recibir tus palmaditas en la espalda, o en la cara, o en el estómago con puño cerrado (jajaja)

Un abrazo y estamos en contacto
Karla

Natalia dijo...

Jajajajaja (por lo último).

Sí, creo que hay una falta de profundidad en el personaje. La cuestión es que necesitaría prácticamente escribir un relato corto para desatar todo lo que de ella quedó en mi cabeza.

Comencé con este cuento porque estoy trabajando en una serie sobre... ja, asesinos seriales... y éste es el primero de ellos.

Me gustó mucho tu crítica y trataré de integrar algunas cosas.

Espero con ansias leer lo tuyo.

Más abrazos

Nat