Martha
Es el primer día de labor en la nueva oficina, saludo a los nuevos compañeros y desocupo el lugar que me corresponde. Desempaco, acomodo, prendo la computadora.
Había sido una mudanza terrible, yo estaba agotada y no tenía nada de ánimos de comenzar una semana de trabajo, sin embargo me estaba haciendo a la idea de pensar en el fin de semana. Comenzar la semana pensando en el fin de semana.
De pronto llega ella. Se llamaba Marta. El jefe la saluda estruendosamente y los demás disimulan el asco. Me dice: “Ella es Marta” y me presenta. Yo la miro de reojo porque tengo mucho trabajo y espeto un saludo discreto. Finalmente, yo ya había saludado a todos los vecinos de oficina y Marta aun no había llegado. A ella le correspondía hacerlo.
De pronto, vuelvo a mirarla. Apenas puede disimular la enorme protuberancia de su cuello, la espalada triangular y la voz oscura. Su peinado es perfecto y sus cejas están tatuadas. Marta es una mujer mucho más preocupada por su aspecto que yo.
Mi vecino de escritorio me lanza una mirada cruel esperando complicidad. Yo ignoro el evento y comienzo a sentir simpatía por la buena de Marta.
Llega la hora de la comida y buscamos un lugar. Las calles que rodean la oficina son demasiado ostentosas para nuestro frugal salario, sin embargo comer es una costumbre que ninguno de nosotros logra erradicar aún.
Llegamos a un lugar de tacos, y comenzamos a pedir: tacos de pastor, tortas de pastor, quesadillas de sesos y algún coctail. La carnicería comienza:
-¿Lo viste? No mames, parece que vas a tener mucha chamba cuidándote de sus miraditas-.
-Nel ni madres, si ese puto se me lanza yo si me lo madreo-.
- Ayy chale, qué pinche asco-.
Yo como sin prestar atención a los comentarios vulgares de mis compañeros. De pronto me pregunto si Martha se fijaría en alguno de ellos. Pero en realidad, no dejo de pensar en lo incómoda que me siento en mi nuevo lugar. Capturar no es un evento divertido, sin messenger, sin música y levantándome muy temprano.
Al regresar a la oficina, comienza mi conteo regresivo para la salida y el comienzo de mi día personal. Diez horas diarias y soy afortunada. Finalmente, sólo soy una de tantas capturistas. No hay empleo ni oportunidad ahora, no hay grandes expectativas para nadie, mas que trabajar diez horas diarias y comenzar el día a las seis de la tarde.
- Oye, tu nombre sigue pegado en el monitor de tu computadora. ¿No crees que le puede hacer daño al equipo? -.
Apenas si me doy cuenta que Martha me está llamando cuando detecto que usa Cartier. Sin pedírselo se levanta suavemente y despega el papel que dice mi nombre y mi clave, al hacerlo su cabello roza mi brazo.
- Ah, muchas gracias. Para la mudanza teníamos que clasificar todo y dejarlo codificado para que llegara bien aquí-. Martha sonríe y luego termina de recoger sus cosas. – Ciao- , me dice. – Chau - le contesto yo.
Al día siguiente trato de vestirme mejor. Pinto mis uñas y mis pestañas. Los tacones aún son un privilegio del que me veo privada, a reserva de un aumento próximo, de modo que sólo uso unos choclos cerrados pero elegantes. Hace mucho que no me llama mi novio. Hacía mucho que no me pintaba las uñas y las pestañas. Es una mañana mucho más lenta que las demás: son las nueve, nueve horas menos. Son las diez, ocho horas menos. Son las once, siete horas menos. Son las doce, puedo salir a fumar.
Un cigarro. Dos cigarros. Efecto laxante del cigarro. Hace mucho que no me llama mi novio y parece que no lo volverá a hacer.
Tomo un poco de papel higiénico y me preparo para salir. Estos baños tienen muchos espejos y el agua muy fría. Me lavo la cara, porque si no caeré al fin presa del aburrimiento frente a mi máquina. Hace años que mi novio ya no lo es, no es preciso extender el engaño a mis pensamientos. Ya son sólo recuerdos. Y Martha está de tras de mí. Y me mira por el espejo.
-¿Estás bien? -.
-Si.. sí, parece que me hizo daño fumar. Hace mese que no lo hacía.-.
Martha sonríe condescendientemente y se va dejando un rastro de Cartier. Recuerdo cuánto me gustaba ese perfume, pero nunca me fijó. En Martha huele tan bien.
***
-Hola…. No no, aquí estoy. Es que hacía mucho que no hablábamos. ¿Recibiste mi correo? Sí, ya nos mudamos de las oficinas anteriores. No sabía si seguías teniendo el número anterior, así que te escribí para que supieras donde ando. Igual, cansada. Pensando que saldré en unas horas ¿Tienes algo qué hacer? Ah.. no no, lo decía por si podías. ¿Cuándo tienes tiempo?... ¿Te irás? ¿Y no me lo ibas a decir? No, bueno.. es una excelente oportunidad. Siempre has querido ir a Francia. Yo aún no acabo la carrera…. Porque murió mi abuelo. Me acompañaste al funeral de mi abuelo, y él nos mantenía ¿Recuerdas? Ya vas a empezar. Si no acabo la carrera es porque no ha sido fácil. No lo es. Además: cómo es que me llamas ahora, después de meses de no hacerlo, sólo para recordarme lo equivocada que estoy. Te irás ¿no? ¡No me molestes! Yo lloro cuando me da la gana… Basta. Si recuerdas el número que te di en el correo es el de mi oficina, a dónde estás llamado ahora y no es un lugar idóneo para hablar de tu descuido, de tu abandono… Si tuvieras tiempo de arreglar las cosas ¿Te vas esta noche? Bueno, nos enviamos un correo electrónico. Sí, estaré al pendiente. Buen viaje. Chau… -.
Me tiemblan las manos.
-¿Estás bien?-
Siento como una melena roza mis mejillas, Martha está detrás de mí y ha escuchado mi conversación.
-¡Martha!. Gracias.. sí, es que ya ves. Los pinches hombres -.
- Jajaja, dímelo a mí. Oye ¿quieres tomar un café a la salida? Te ves triste-. El Cartier de Martha un día me va a matar. -Sí claro, sólo voy a cerrar el equipo-.
Martha habla conmigo como una gran amiga, a pesar que hace muy poco tiempo que nos conocemos. Trata de decirme lo importante que es el respeto y ser dura. -Mi novio siempre me está diciendo cómo y cuándo debo hacer las cosas, pero igual es un tonto. ¡En mi casa mando yo! Jajaja..-
No se da cuenta que estoy hipnotizada. Sus ojos son muy profundos. Como los de un hombre entrado en el sopor de la poesía. Como si leyera todas las noches a Marguerite Yourcenar. Su rostro es fino y arreglado, como si quisiera parecer una diva. Su espalda es muy atractiva y su torso tan imponente, pesar del par de tetas que tiene enfrente.
Martha es la consumación de lo mejor de un hombre y lo mejor de una mujer. Y yo sólo la miro como si estuviera hechizada.
-Si ya sé. Hace años que él no me llamaba y por eso perdí el control. Te agradezco el café. Ya me tengo que ir-. Dejé un par de billetes en la mesa y la mano de Martha se posó tiernamente sobe la mía. -Descuida. Yo te invito y espero que no sea la última vez-.
No recuerdo bien cómo salí del lugar. De pronto ya estaba rumbo a casa y me llevaba la mano a la boca en repetidas ocasiones. Martha. No puede ser el lío en el que me estoy metiendo.
A la mañana siguiente llego y enfermizamente espero ver a Martha. Pero el día pasa lento como siempre, de forma despiadada, y ella no llega.
Recojo mis cosas y salgo con decepción. Soy un animal de costumbres muy arraigadas y trazo el camino habitual rumbo al camión que me lleva a casa y que tarda minutos incandescentes. Hoy no vi a Martha y me afectó más de lo que podía imaginar. Jamás es absurdo saber dónde y cómo cae el amor. Creo que me debería sentir afortunada.
***
Han pasado varios días y no me puedo levantar. Mi cama se ha hecho un abismo profundo y no encuentro modo de salir. No tengo fuerzas de tomar el teléfono para avisar mi ausencia y, de ser franca, no me importa. Mis uñas tienen restos de esmalte y casi no tengo pestañas porque me arranco el rimel seco.
Alguien toca a mi puerta. Me levanto como si cargara un gran costal de piedras, haciéndome espacio entre la basura y los insectos. Abro la puerta y ocurre una hierofanía. Es Martha. Tan bella y radiante. Oliendo a Cartier más que nunca.
-Estábamos preocupados. Simplemente dejaste de ir, tuve que conseguir tu dirección y datos con tu jefe, quien, ya no quiere saber más de ti...-
Yo sólo puedo mirarla con profunda redención. Sin decir palabras, me besa en los labios y yo no puedo controlar las lágrimas. Ella se separa y me sonríe. -Te extrañé tanto. Desde la primera vez que te vi, supe que estábamos amoldadas. Que seríamos una sola persona amándose-.
Le sonrío como si mi vida se acabara pronto. La veo y pienso que puede ser la muerte disfrazada del único ángel que he reconocido y que me pertenece. Ella me sigue besando y su paso firme nos aproxima a mi sucia y descuidada cama. Yo musito algo parecido a los estertores, aunque jamás he escuchado alguno.
-¡Martha!... Estás aquí… ¿Cómo es que estás aquí? ¿Cómo es que llegaste aquí? No puedes ser real. Te soñaba todo el tiempo. Incluso cuando trabajaba en esa asquerosa oficina, yo te soñaba bailando a Bach, como sólo los ángeles lo hacen. Porque tú eres mi único y verdadero ángel y vienes a redimirme… es verdad, vienes a hacerlo ¿Verdad?-.
Los besos. El perfume. Su cabello. Todo me sofoca, todo ocurre como una sinfonía que cada vez suena más alto y más rápido. Me siento absolutamente feliz.
Los movimientos son cada vez más fuertes y la voz de Martha se hace cada vez más ronca. Las convulsiones de mi cuerpo son cada vez más violentas y noto como ella intenta calmarme con su aliento celestial. Pero es imposible que yo me calme, porque sé que ese instante, que ocurre inclementemente rápido, acabará tan pronto… justo cuando la música de Bach termine y la danza de Martha se esfume y me deje sola de nuevo.
Acaricio su cabello, beso sus labios, tomo la lámpara de metal que alumbra mis lecturas nocturnas e interminables y la dejo caer fuertemente sobre su frágil nuca. Sólo oigo un leve crujido y siento todo su cuerpo inerte sobre el mío descuidado. Cierro los ojos.
Horas después, el detective apunta en una libreta: un departamento muy descuidado, un travesti muerto a causa de impacto asestado en la nuca y una mujer temblando envuelta en una manta sucia.
***
-Hola?… ¡Ah! ¿Qué dice el cielo parisino? ¡Qué gusto que llames! ¿Mi nuevo número te lo dio mi mamá? Yo estoy bien. Radiante. ¿Cómo? ¡Vaya! ¿Acaso hay un noticiero latino de nota roja en Francia? Hasta allá llegan las noticias de alto impacto. ¿Me oyes despreocupada? Descuida, yo estoy bien. Radiante. Bueno, en ese entonces la pasé mal, sí. Pero los eventos así te hacen madurar de pronto y hacerte fuerte… ya sabes. Sí, ahora sólo sé que estoy radiante. Pues que te puedo decir que no hayan dicho los periodistas: “Llevaba varios días encerrada y “eso” llegaba para forzarme. No sé de dónde saqué fuerzas para defenderme y no sé cuánto tiempo habría aguantado… no lo sé…” Tal cuál la declaración que di a los medios. Descuida amor, ¡En verdad estoy radiante! Yo también te extraño. Ojalá regresaras pronto. Sí… yo también…-